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¿Es posible el fútbol sin la radio en España?

El conocido narrador de fútbol Manol Lama (drcha), durante un partido

  El conocido narrador de fútbol Manolo Lama (drcha), junto a su compañero  Rubén Martín.

Cuando el balón ha comenzado por fin  a rodar en todos los campos de España, superada la primera jornada de huelga en primera y segunda división, surge una nueva polémica. La Liga de Fútbol Profesional (LFP) no permite a las emisoras de radio entrar a narrar los partidos si no pagan el canon que la patronal del fútbol ha acordado con Mediapro, la empresa del magnate de la comunicación Jaume Roures que ostenta los derechos audiovisuales de los clubes.

Las cadenas radiofónicas sabían lo que iba a ocurrir si no pagaban, pero la tormenta ha estallado justo en esta primera jornada. Comprendo la postura de las radios y me solidarizo con los compañeros a los que se les ha prohibido la entrada a los estadios. No obstante, era de esperar que tarde o temprano la LFP y Mediapro quisieran cobrar el correspondiente canon, invocando que ocurre lo mismo en otros países. También alegan que en España se paga por narrar partidos de Champions League y de la FIFA. Es lo que tiene la gallina de los huevos de oro llamada fútbol y especialmente la conocida como  “Liga de las estrellas”. Todos quieren explotar al máximo un espectáculo en el que se mueven cifras desorbitantes, entre ellas las que ingresan las grandes empresas  privadas de radio, en concepto de la publicidad que generan cada fin de semana, sustentada en  cada oleada del Estudio General de Medios (EGM) . El medidor de audiencias les sirve luego para que los anunciantes apuesten, o no, por sus productos sonoros.

 Los derechos radiofónicos de la práctica totalidad de los clubes pertenecen a Mediapro, porque se vendieron conjuntamente con los televisivos, pero es la LFP la encargada de rentabilizarlos. Roures sostiene que las radios ingresan más de 100 millones de euros en publicidad, por la narración de partidos, y considera lógico que su empresa y la Liga elijan su porción de la tarta, cifrada por el empresario mediático en unos 20 millones de euros. El debate ya se ha abierto  más allá de lo económico, porque la pregunta que está en la calle es si es posible el fútbol sin radio. Yo personalmente no concibo un fin de semana sin escuchar el aparato a la vez que veo los encuentros por televisión, pero estaría bien encargar encuestas para saber qué porcentaje  de telespectadores apaga el volumen de la pantalla  en su casa para hacer lo mismo. Tengo algo muy claro: La mayoría de los aficionados presencia el fútbol de pago en un bar, o en cualquier otro local de hostelería y allí nunca he visto que el propietario ponga sonido radiofónico para los clientes. No me quiero olvidar de todos los que por cuestiones de trabajo no pueden ver los partidos por televisión, o aquellos cuya situación económica no les permite acceder al pay per view en sus casas y no quieren ir a un bar. Para todos ellos está la radio, que cumple una función social y se convierte en un servicio público.

Una cosa es prohibir la entrada a un estadio y otra, bien distinta, querer impedir levantando acta con un notario, como pretenden Roures y la LFP, que las radios narren desde sus estudios centrales.  Eso ya resulta kafkiano. Si el pulso entre ambas partes continúa el desenlace es imprevisible y no se descarta que llegue un juez y diga que se vulnera el derecho a la información de las radios, principal denuncia de las emisoras. De momento el medio sonoro se ha reinventado  este fin de semana y ha salido airoso de su primera prueba con mucho ingenio, narrando desde lugares inverosímiles como balcones aledaños a los campos de juego y bares. Así se hacía antaño, cuando nació el Carrusel Deportivo de Bobby Deglané en 1954.

Es perfectamente factible narrar un partido desde el estudio central, frente a un monitor de televisión. De hecho, a raíz de la grave crisis que afecta al sector muchos enviados especiales de periódicos locales han optado ya por escribir sus crónicas en la redacción, viendo el fútbol de pago. Mientras escribo estas líneas veo el Zaragoza- Real Madrid por la tele, con el volumen bajado, y escucho la narración de Manolo Lama, como he hecho siempre. Antes cuando el gran narrador estaba en la SER y ahora en la COPE. Nada cambia. El sonido es el mismo, aunque Lama no esté en el campo. La música de la película Psicosis es la misma cuando Cristiano va a lanzar una falta. Espectáculo puro, con el inimitable Pepe Domingo Castaño como animador y Paco González de director de orquesta. La única diferencia es que cuando el reportero que cubre habitualmente los banquillos,  Miguel Ángel Díaz, comenta alguna jugada no puede hacerlo con el micrófono inalámbrico y tiene que usar su teléfono móvil desde la grada. Obviamente la calidad del sonido deja mucho que desear, pero es algo a lo que los oyentes tendrán que acostumbrarse y disculparlo, si las radios no aceptan pagar el canon. El fútbol es así.

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Mourinho avergüenza al madridismo

Mourinho mete el dedo en el ojo a Tito Vilanova

Mourinho mete el dedo en el ojo a Tito Vilanova

El comportamiento de José Mourinho anoche en el Camp Nou, al meter el dedo en el ojo del segundo entrenador del Barcelona, Tito Vilanova, abochorna hoy a todo el madridismo en general, salvo aquellos que le ríen las gracias al portugués y no merecen ser considerados madridistas.

 Gran parte del planeta pudo ver  el mal estilo barriobajero de este entrenador que, con su comportamiento, ensució la derrota más honrosa que ha tenido el Real Madrid ante su eterno rival desde que ‘ The special one’ llegó al banquillo del Bernabéu. Lo digo por el magnífico juego y despliegue táctico mostrado ayer por los madridistas, que cayeron dignamente.

 Debería haber una sanción ejemplar contra Mourinho, no sólo por la agresión, sino por algo que es todavía peor: Negar haberlo hecho y ningunear a Vilanova diciendo en rueda de prensa “no conozco a Pito Vilanova”. Una sucesión de actos bochornosos y que producen vergüenza ajena. No es la primera vez que ningunea a un entrenador. En la hemeroteca queda el episodio de Gregorio Manzano.

 Pero al margen de la agresión a Vilanova hubo otra actuación del Madrid, difícilmente comprensible,que no tiene precedentes en un equipo que ha llevado siempre el señorío por bandera y en su himno. Los jugadores se marcharon al vestuario para no estar presentes en el césped cuando el Barcelona recogió la Supercopa. ¿Sería también idea de Mourinho, o lo decidió el capitán Iker Casillas?

 No quiero olvidarme de la patada de Marcelo a Fábregas, de juzgado de guardia,  que ensombrece a un jugador de la talla del brasileño, considerado por muchos como “el mejor lateral izquierdo del mundo”. Esa etiqueta se demuestra no sólo con calidad y buen juego, virtudes que atesora el defensa, sino también con un señorío que debería ser para él inherente a jugar en el Real Madrid, pero no parece que le hayan inculcado valor alguno en la casa blanca desde que llegó.

 Marcelo y Pepe se han convertido en dos escuderos del juego sucio de Mourinho. Así no se puede jugar. Es como si estos dos futbolitas quisieran ser más papistas que el Papa y llevaran mucho más allá las consignas del luso, en cuanto a ir al choque y cortar con faltas el juego del Barcelona para frenar al conjunto de Guardiola.

 El Madrid demostró ayer con su juego que ha conseguido tratar de tú a tú al Barcelona en el campo, lejos de otros partidos en los que rozó el ridículo esperando al rival agazapado en la cueva de la defensa. Qué pena que todo eso lo estropeen Mourinho y dos más que no representan al club, muy por encima de sus actitudes violentas y chulescas. ¿Qué pensará Florentino?

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